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APRECIACIÓN SINTÉTICA SOBRE SATURNO André Barbault |
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No hay mejor introducción al conocimiento de Saturno que la observación del ritmo de su propio ciclo, donde opera en directo. Su cinética caracteriza la trayectoria de nuestra existencia. Partiendo de su posición natal, en principio el astro hace cuadratura a sí mismo a los siete años, cuando el ser humano sale de la infancia y entra en "la edad de la razón". El espíritu emerge de lo imaginario, del sueño despierto; ya no cree en Papá Noel o en los cuentos de hadas; un principio de realidad aparece a contracorriente del principio del placer reinante. El ocaso de su noche se radicaliza en la metamorfosis de la pubertad, cuando a catorce/quince años el astro pasa a la oposición de sí mismo. Pubertad = ente sexuado = nuevos objetos afectivos. Dando la espalda a su origen, el ser se libera de lo que hasta ahora, lo había llevado: es la edad ingrata del adolescente, - hombre o mujer,- que comienza a preferir "al otro" en vez de el lazo con su parentela. La cuadratura siguiente nos lleva a los veintiún años; nueva ruptura en que se vuelve adulto, libre, responsable. Llega el momento de dejar a "sus viejos". Situación típica del "exilio" de Saturno en Cáncer, evocando la cita bíblica: "dejarás padre y madre"... El retorno treintañero del astro en su base completa un primer ciclo, en perfecta filiación de la sexualización pubertaria de la oposición. Enraizado en su propia vida, el engendrado engendra a su vez : la hija se vuelve madre y el hijo padre. Resumamos la dialéctica: conjunción = tesis, oposición antítesis y reconjunción síntesis = (1) el nacido (2) se sexualiza y (3) procrea. Se le da pleno sentido a esta etapa capital de la treintena porque es el medio-tiempo del período de fecundación de la mujer, que considerando una media, se extiende desde los once-catorce años hasta una menopausia, a partir de los cuarenta y cinco años, o sea un ciclo casi treintanario, que encuadra a las dos oposiciones de Saturno a sí mismo (al mismo tiempo tres ciclos de Júpiter de doce a cuarenta y ocho años). En Francia, en los años cincuenta cuando se tenían muchos hijos, la mujer traía al mundo su primer vástago a los veintidós años promedio. Hace una decena de años, era alrededor de los veintisiete años y ahora a los veintiocho/veintinueve años, el engendramiento se aproxima de la unicidad (1.65) En el curso del segundo ciclo de Saturno, cuando llega la nueva oposición a los cuarenta y cuatro anos, comienza el alejamiento de sus propios hijos. Aquí se entiende el exilio de Saturno en Leo con el desprendimiento de sus propias obras: "tu también, a tu vez, serás dejado por tu hija y por tu hijo". Cuando viene el segundo retorno cíclico de la sesentena, se pasa a los hijos de los hijos siendo abuelo/a, mientras que desaparecen sus propios progenitores; es también la edad del retiro, de perfecta concordancia saturnina. Así se presenta, en escorzo, el escenario genérico de la ciclicidad saturnina. Esta última interpretación, se la podría haber pensado antes, ya que es por demás evidente. Herodoto decía ya saber por medio de los sacerdotes egipcios que un siglo comprende tres generaciones y este ritmo treintanario es, con el ciclo lunar femenino mensual, el más sorprendente de los ciclos psico-socio-históricos. ".... la mayoría de los sociólogos e historiadores europeos están de acuerdo con Quetelet, en treinta años de generación sucesiva...", declara nuestro gran sociólogo francés Gaston Bouthout en su clásico "Tratado de Sociología". Podríamos seguir con parecidos argumentos, lo importante es que tenemos aquí verdaderamente, el símbolo vuelto, es el caso decirlo, carne y hueso, ¡un Saturno descendido en la tierra! Sabiendo esto, se comprenderá la perfecta incongruencia de hacer de nuestro planeta la representación del padre o del principio paterno, tal como lo dice Dane Rudyhar, o de la madre, como en la Suiza alemana lo creen Bruno y Louise Huber. Se trata de un verdadero contrasentido. Si Saturno "paternaliza" en el retorno treintañero, "despaternaliza" en sus dos oposiciones. El practicante sabe, es de suponer, que su presencia en los lugares familiares de la domificación: en el FC, en Casa lV y en el MC, es un índice de déficit familiar, de anulación parental, de orfandad , real o psicológica: Así mismo la presencia del Sol en los mismos lugares, intensifica el papel positivo o negativo del padre, así como la Luna el de la madre. Se sabe también que la conjunción o disonancia de Saturno con las luminarias es específica de frustración paterna y materna, por carencia o por sobreprotección, con los avatares del "no-querido" o "mal querido", de narcisismo atrofiado o hipertrofiado. ¿ Qué más haría falta para ser edificado? La única imagen de personaje saturnino concebible es el ancestro, el más viejo, cuando no el antepasado, con cariz más particular de médico, sacerdote o sabio. Michel Gauquelin en sus estadísticas había visto Saturno angular entre los dos primeros. En lugar de encarnar a los padres, Saturno es la tendencia o la función específica que lleva a desprenderse, a soltarse y a liberarse de ellos para pertenecerse y personalizarse, pretendiendo con este rechazo de sus tutores en una apropiación de si mismo, un proceso de individuación. Se trata de volverse uno mismo adulto, es decir constituirse como un ser autónomo y responsable, y de aceptarse solo, aún al precio del sufrimiento y de la soledad, esta pobreza existencial propiamente saturnina. Intrínsecamente Saturno es pues, una fuerza que corta, separa, aleja, aísla, su temática fundamental siendo una sucesión de renuncias de toda clase que nos recuerda la representación mítica del dios Cronos, con la hoz o enarbolando una guadaña: sus emblemas. Otro correctivo: Saturno sobrepasa la teoría de las edades "condicionalista", (1) que sólo lo hace intervenir a partir de los doce años, por el hecho de mantener una dialéctica magistral con las luminarias. En el ordenamiento de las órbitas del sistema solar copernicano, el grupo Tierra-Luna está en el medio entre el núcleo central solar y la frontera Saturno, límite del sistema visible. Mercurio-Venus están de un lado, Marte-Júpiter del otro. En el sistema ptolemaico geocéntrico, el Sol ocupa el centro entre los extremos de la Luna y de Saturno. Y en el zodíaco, los domicilios de Saturno están enfrente del de las luminarias.. No nos sorprendamos pues que, para todos, la odisea saturnina comienza en el nacimiento mismo e inmediatamente como un contrapeso a la irrupción soli-lunar de la vida. La evacuación de la cálida burbuja acuática del vientre materno es una venida al mundo que nos sumerge en la primera sensación de frío de nuestra existencia. - ¡Brrr!... - mientras que el corte del cordón umbilical -primer golpe de hoz de Saturno,- nos separa orgánicamente de nuestra madre. A esto se agrega aún el efecto primordial del encuentro-choque del miedo, vivido inconscientemente con angustia, se vuelve de golpe, cara al movimiento de la vida, la sensación y la reacción tipo del sentimiento de vivir saturnino: el miedo que como el frío, adherido a él en un mismo escalofrío, inhibe, contrae, frena, paraliza; el miedo que hace temer lo exterior, nos hace retroceder ante la vida y nos repliega en nosotros mismos. El tono está enteramente dado: Saturno está presente en el primer minuto de nuestra vida. El recién nacido continúa dependiendo de su madre, la alimentación pasa a ser el centro vital del crío, destinado a la dicha jupiteriana de una succión sobrada o a la penuria saturnina de hambre no satisfecha. Con este cordón umbilical digestivo, estamos en plena "fase oral" donde la libido del bebé, centrada en la zona bucal, está centrada en el acto de mamar. El pequeño ser lleva todo a su boca en un proceso de incorporación cuya réplica psíquica será un fenómeno primordial de introyección, a mas de una orientación caracterológica de introversión. La oralidad del mito es flagrante cuando Cronos "devora" a sus propios hijos... Cuando se da el caso que el psicoanálisis da cuenta del carácter del individuo que oralmente fue satisfecho, pinta un cuadro de buen vivan, consumista despreocupado, expandido en la alegría que dilata y la simpatía cálida: una réplica típica del jupiteriano. En individuos no satisfechos, el cuadro no puede ser más saturnino: el tono gris de un humor huraño y una falta de ímpetu: un ser más bien lento y poco dado al esfuerzo, menos inclinado a crecer que a protegerse y a replegarse en sí mismo. Aprovechemos para evocar algunos estados similares asociados al astro: esterilidad, delgadez, restricciones, carencias, penurias, el hambre, la pobreza; la falta, resumiendo, percibida como pérdida. Para acabarlo de decir, la familia de los quejosos. La dependencia de la madre no sólo es alimentaria, ya que el cordón umbilical es también psíquico. Se puede sentir el corte con la venida de un hermano/a, que obliga a compartir el afecto parental, al entrar en el parvulario, luego en la escuela, en toda ausencia o alejamiento de los suyos, etc. Tal es el verdadero hilo de Ariana del logos de nuestro planeta. La experiencia saturnina de vivir revela ser así un ascetismo obligado, a través de un ejercicio continuo de descarga/carga, que es vivido como una pérdida de no-yo: de deposición en privación, de alejamiento en abandono, por cortes y desapegos sucesivos, desde la adherencia placentera en el Todo del Rey-Bebé, el ser se despoja progresivamente de aquello que no le pertenece y se reduce en su sí-mismo en el camino de un repliegue sobre sí. El rey desnudo... Si bien que el ser Saturno que está en nosotros es una suma de sustracciones en un movimiento centrípeto imbuido de profundidad y concentración. Significativa además es la atribución anatómica del astro del esqueleto - las veintiocho vueltas del año saturnino evocan a las veintiocho vértebras de la columna vertebral - siendo el hueso la materia más dura y la que desafía al tiempo. El tiempo, el alimento precioso del saturnino. En medio de un carácter en principio el mas sólido y el más estable de todos, se tiene la réplica psicológica en los cimientos de los reflejos de defensa - alimentada por el miedo, esta pujanza primera,- que se puede asimilar, (si me excusáis la simplificación) al "instinto de conservación", verdadera fortaleza, soberana función saturnina a la que todo nos retrotrae. En primera instancia, fuerza vital injertada sobre la apetencia nutritiva, este es el precipitado de reacciones adquiridas, sedimentación de hábitos tomados y fijados, capital de protecciones y de resistencias detrás de las cuales, el saturnino es inclinado a aparcarse y a encostrarse retorciéndose en su lote, ciertamente, pero en provecho de una profundización viniéndole notoriamente de su fuerte "secundaridad": persistencia de la impresión recibida, abriendo su surco, dejando su traza, haciendo prolongar el pasado en el presente.. la trama de una continuidad tranquilizadora. El miedo es en filigrana de buen número de rasgos de carácter saturnino, como si estuvieran a su servicio: autocontrol, calma, observación, reflexión, paciencia, prudencia, previsión, timidez, reserva, duda, miedo, inquietud, desconfianza... Un paso más y este "instinto de conservación" halla su mejor abrigo con la coraza del egoísmo. Su manera saturnina de protección es de ponerse un cerrojo, de cerrarse al mundo aislándose en la insensibilidad, una especie de anestesia afectiva al sufrimiento: no apegarse para no perder, no amar para no ser abandonado... toda una panoplia de rasgos de carácter saturninos contribuye a ello. Severidad, exigencia, abstinencia, continencia, mutismo, distancia, indiferencia, impasibilidad, frialdad, misantropía... todo un comportamiento general de una contención o de una represión de la sensibilidad, de la afectividad. No es de extrañar que el tipo puro saturnino de Tierra, sea un cerebral. En él, el miedo inicial retiene al impulso vital y retiene por lo tanto a la espontaneidad; el pensamiento substituye a la emoción y a la sensación de vivir, como si el ser se hubiese enfriado. Por esta vía a menudo hace intelectual, como lo testifica la angularidad del astro en los sabios, en quienes la inteligencia es dada a retroceder y destaca entonces en lo conceptual y en la abstracción. También, está al servicio del "instinto de conservación" que es esta actividad mental ya que es también un mecanismo de defensa contra la angustia del vivir: es un desvío de interés, lo existencial siendo diferido por el pensamiento. Podemos citar aquí a la famosa fórmula de Jacques Lacan : "Yo pienso adonde no estoy, por tanto yo estoy donde no pienso". Hablar intelectualmente de lo viviente a menudo es una forma de huir de ello, cuando no simplemente de contenerlo. Ciertos neuróticos escogen las matemáticas porque están seguros que en las ecuaciones, nunca encontrarán ni la cara del amor ni el rictus de la muerte. En este caso, ya no es más por sino para la inteligencia que es para lo que finalmente se vive. Por más brillante que sea, el intelecto no tiene más utilidad que la de un tesoro enterrado por un avaro, en tanto que no está al servicio del impulso vital. A pesar de estos juicios críticos, este proceso saturnino cerebralizador no deja de ser un fenómeno prodigioso. Esencialmente, es gracias a él que evolucionamos: es el gran liberador de nuestras torpezas y opacidad animal, el que nos libra de la cadena de nuestros instintos, de la prisión de nuestras pasiones, a más de hacer de palanca para nuestro ascenso intelectual, moral y espiritual. Poca verdadera grandeza humana hay sin esta última conquista de sí, a la cual, él conduce. Se trata, va de suyo, del haber superior de un Saturno vivido conscientemente y asumido voluntariamente. Se optó por las virtudes y se recogen sus frutos. Es un asumirse por el yo, que es consciencia y voluntad. Este tipo de saturnino es generalmente un individuo realizado, que aprecia más su triunfo debido a su solo esfuerzo y sintiéndolo como una ascensión capricorniana. Pero, muy a menudo el Saturno que nos habita es vivido inconscientemente y más que nada, lo padecemos. Es él que nos hace volver psíquicamente al estadio oral de nuestra primera infancia. Tal tipo de regresión choca al tejido afectivo del ser. Este se encuentra ante un problema de avidez, tendencia captadora sujeta a bloquearse o a salir de la opresión bajo los aspectos de un Jano original anorexia/bulimia. Por los golpes de hoz saturninos, el abandónico tiene en efecto, dos maneras de actuar: como renunciante y como reivindicante. El primero, acepta el abandono, se resigna a largar prenda, soportando el desapego como una falta que hay que olvidar, una pérdida a esponjar; se vuelve maduro de forma precoz, hasta el punto de ser a veces demasiado viejo desde muy pequeño; anoréxico afectivo, toma el camino del desapego personal y es, a su manera, una roca. Chupándose el dedo y aferrándose al delantal materno, el segundo es un mal destetado que se engancha obstinadamente, fijado a lo que quiere obtener, queriendo llenar un vacío, y "llenándose". El contrariamente es un ser que no sale de la infancia, bulímico, con problemas maternos, algo larvoso, muy a menudo un alma a la deriva, expuesta al naufragio interior. Examinen de cerca la gran familia de los saturninos y de los saturnizados y no tardarán en distinguir dos categorías de personajes. De un lado, Carlos V, Montaigne, Calvino, Kepler, Espinoza, Kant, Schopenhauer, Robespierre, Comte, Pasteur, Mallarmé, Gandhi... Del otro, Poe, Goya, Baudelaire, Musset, Chopin, Verlaine, Modigliani, Utrillo... A los primeros los conocemos bien, pero ¿hemos examinado bien a los segundos? Lo que distingue esencialmente a las dos ramas de esta misma familia, donde está muy claro el clivaje sobriedad-intemperancia, es una polarización soli-uraniana, activa y seca entre los primeros, luni-neptuniana, pasiva y húmeda entre los segundos. Con el renunciador, nos es restituido el clásico cuadro caractereológico del saturnino de virtudes frías: carácter grave, serio, disciplinado, ordenado, sobrio, íntegro, riguroso, mas o menos retractado y rígido, fundamentalmente amargo o pesimista. En este cerebral, lo que emana del inconsciente es esencialmente la presión soli-saturnina del "superyo", una especie de chapa de plomo que se va haciendo pesada como una glaciación sobre los hombros del Yo. Este Superyo severo está también al servicio del "instinto de conservación". Aumenta los recursos por sus mecanismos de interdicción, o sea todo lo que uno se rechaza a sí mismo a causa de un yugo de exigencias o de obligaciones que uno se impone, principios que uno se fija, su línea de vida siendo la de la austeridad, la de la renuncia, su manera de ser siendo la de la austeridad, de la abstinencia, su forma de ser siendo las contrariedades de un "no ser". Con el otro, el reivindicador, olvidado en los manuales, tenemos un saturnino más o menos infantil e inmaduro, un saturnino "blando". Esta vez, en este afectivo, es por lo bajo que el Yo es asediado, la presión del inconsciente siendo una subida, cuando no una eclosión del "eso". Un "eso" que le libra al capricho del deseo, insaciable de sensaciones, en una carrera más o menos desenfrenada para satisfacer sus demonios íntimos. A más frenadas, el motor se embala. Está a las antípodas del precedente que tiende a librarse de sí mismo depurándose, se perfila un ser narcisista-egocéntrico, entre neurosis y perversión, a veces amoral e irresponsable, a quien amenaza el masoquismo o la melancolía. Tenemos así que se puede establecer todo un abanico de esta bipolaridad saturnina: * - el anoréxico - el bulímico * - el renunciador - el reivindicador * - el distanciado - el aferrado * - el indiferente - el celoso * - el insensible - el hipersensible * - el asceta - el buen vivan * - el dimisionario - el que va hasta el límite * - el escéptico - el fanático * - el verdugo - el indolente * - el desesperado - el libertino * - el impersonal - el egocéntrico * - el desinteresado - el cupido * - el sobrio - el intemperante etc. Así tenemos entre las mujeres saturninas, una que lo quiere todo, la ávida Simone de Beauvoir, y una que renuncia a todo, la asceta Simone Weil. Estos dos polos interfieren como la noche y si bien el saturnino corriente no está alineado automáticamente alineado sobre la totalidad de una u otra de estas columnas, cada cual teniendo una composición mezclada que lo personaliza, como la piel rayada de una cebra. Es así que en el renunciamiento, a veces hay avidez, como el gusto del martirio, verdadera sed de sufrimiento de la saturnina Teresa de Lisieux. Si bien esta avidez viene de un lado reivindicador, es por ejemplo frecuente de ver la ambición - aspiración superior de apagar una sed de existir - dominar en el renunciador, que sabe, a distancia, darle un carácter impersonal. Lo mismo, esta vez en el fracaso, con la esclavitud de la avaricia - pecado capital de Saturno - fruto de una introyección donde el ser se coagula sobre el tener, el avaro estando por identificación, fosilizado sobre su tesoro, último sustituto de su biberón. Entre lo sórdido de la avaricia y la grandeza de la ambición, la avidez tiene más de una vuelta en su saco para satisfacerse, porque ella también lo mismo hace al verdugo del trabajo - una bulimia de trabajo - que al ocioso parásito, al celoso invasor y devorador, al conservador, al coleccionista, el erudito, etc., hambrientos de toda clase. De todos los cuerpos celestes del septenario tradicional, Saturno es el astro que tiene los más extremos contrastes de valores. Se debe a su disposición de Jano, este dios de doble cara que dio nombre al décimo satélite del planeta. ¿Que hay más alejado, cualitativamente, que el mendigo, supremo mal destetado, suspendiendo su miserable vida cotidiana por el acto de hacerse nutrir por los otros, y el anacoreta, tan distante de sus necesidades, librados de ellos mismos en un desapego supremo?. Inmensa también es la fosa que separa lo mejor de lo que procura intelectualmente y lo peor de lo que él desencadena instintivamente. Es a él que le debemos las cimas de la vida del espíritu y los más altos edificios del pensamiento en todas las esferas de la cultura. Si está en lo más alto, al mismo tiempo se lo encuentra en lo más bajo. Es él que nos hace ceder a nuestros más viejos demonios interiores. Nada más apropiado, por ejemplo, que su disonancia con Marte-Plutón para deshumanizar al ser haciendo regresar sus pulsiones agresivas al estado arcaico, de un "la edad de piedra", dados a los estragos de una devastación monstruosa, el superyo habiendo movilizado contra el yo toda la energía salvaje del eso.. La elevación y la caída... Para finalizar, remontémonos hacia un Jano fundamental. De este, hasta ahora, sólo habíamos visto la cara positiva, el rostro del individuo maduro por lo que está en lo más profundo de él mismo, su fundamento más sólido, es decir "el instinto de conservación": el ser gusta de la vida y se esfuerza de celebrarla. O la otra cara, negativa, que representa por decirlo así, la derrota. Es la máscara del implacable dios del tiempo, verdadero cómplice de la muerte, al otro lado de las luminarias, este foco de vacío, que se emparienta a la danza macabra. Su gesto ya está presente cuando experimentamos la muerte "por delegación", es decir, cuando estamos de duelo por un ser querido. Si bien que psicológicamente y en sordina, no deja por eso también de estar presente en las manifestaciones de culpabilidad autodestructiva, especialmente en la falta de ser, la desvalorización del estado depresivo; el verdadero depresivo siendo un muerto en vida. Pero sobretodo, la sombra de Saturno es inexorable con la decrepitud de la vejez y el último golpe de hoz, que nos hace caer en la sombra. Pues sí, hablar de Saturno no es como para alegrarse, y hacerlo, sobre todo en el lenguaje vetusto de los antiguos y frente a un Júpiter gran Zorro, dispensador de felicidades, este maléfico genio del mal, gran maestro de los sufrimientos y artista del dolor que encadena a sus víctimas a la rueda de la infelicidad... -....¡revelémonos contra Saturno! - no puede más que indisponer y llama, estoy de acuerdo, a una saludable reacción. Dejo a otros la tarea de ir más allá de esta oración fúnebre. Pero atención. ¡Que no se escamotee este realismo bajo ningún pretexto! ¿Qué cara pone usted ante el golpe de una pérdida de dinero, una pena de amor, un fracaso profesional o una enfermedad, esas banalidades saturninas negativas? ¿ Cree usted que un buen discurso, si es necesario, conjura o exorciza a su Saturno?. Es imposible de esconderse, ni tampoco de escapar a la muerte. Ciertamente que cuando más vivimos en el régimen del principio del placer, más nuestro astro nos tiene en su mira, más nos acecha. ¿Pero quien puede presumir de un principio de realidad que, de otro modo, nos protege tan poco?. Lo sabio es de conformarse con su configuración saturnina, y cuanto más la hayamos asimilado espiritualmente, mejor nos comportaremos, ya que será un más y no un menos. Antes de despedirme, si así lo queréis, aquí van algunas pequeñas recomendaciones. Ya que usted no puede decir, por lo anteriormente dicho, que Saturno representa al padre o a la madre sin traicionar su mensaje y sin poder escapar a la confusión de su discurso, de forma parecida no haga de él, - como se lee aquí y allá,- una representación del ego, de la estructura de la personalidad o algo por el estilo. En tanto se evoca al ego, instancia central primordial de la personalidad, ya hay bastante con el conjunto Ascendente-Sol-Dominante para dar cuenta de ello. En cuanto a la estructura de la personalidad, es a toda la arquitectura del tema que ella implica. Seamos rigurosos en nuestro lenguaje para evitar toda confusión. En una palabra, ¡seamos en esto realmente saturninos!. He aquí una apreciación sintética, mi último testimonio de astrología vivida sobre Saturno, el vuestro y el mío. André Barbault (1) Se trata de la corriente o escuela "condicionalista" de Astrología de Jean Pierre Nicola. (NdT) |